Se ha dicho

En InOut Radio también se ha hecho referencia a una tal Alicia G.:

Mujeres en Blog: Alicia G. La historia sin nosotras. 1 de noviembre de 2011.
Mujeres en Blog: Alicia G. Poesía, Noise & Resistència. 6 de septiembre de 2012.

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ENCONTRANDO IDENTIDADES
La ilicitana Alicia García Núñez publica Sombras cuarteadas de neón, donde va un paso más allá en la búsqueda de la voz poética

 JOAQUÍN JUAN PENALVA / Diario Información, Suplemento Artes y Letras, jueves 27 de septiembre

Sombras cuarteadas de neón es el segundo libro de poemas de Alicia García Núñez (Elche, 1981) tras el reciente La historia sin nosotras (2011). Anteriormente, la autora ya había publicado su obra en distintos volúmenes colectivos, así como en blogs, revistas literarias y en el Fanzine Fetiche. Además, es muy conocida en el ámbito provincial por su labor como gestora cultural, especialmente por haber creado y dirigido el Festival de Poesía Nosomostanraros, por el que recibió el Premio Tablas 2010.

Si "La historia sin nosotras" era un volumen misceláneo en el que Alicia García Núñez reunía una selección de su poesía, Sombras cuarteadas de neón da un paso más allá en la búsqueda de la voz poética y de la propia identidad. Este segundo poemario surge como un libro unitario, bien planificado y armado, que se divide en tres partes: "Sombras cuarteadas de neón", "Pagan Poetry" y "Declaración de amor, números y principios". De todas maneras, comparte con su primer volumen lírico más de un elemento, como ese diseño innovador -favorecido, en este caso, por su inclusión en la colección Cuadernos Caníbales de la editorial Cangrejo Pistolero y por las ilustraciones de David Gil- y la presencia de un tú en ocasiones lejano. Ahora bien, si hay una novedad que llama mucho la atención en Sombras cuarteadas de neón es la inclusión de una playlist o lista de reproducción en la que aparecen hasta un total de diecinueve canciones que acompañan a otros tantos poemas. No faltan en ella Björk, Radiohead o Joy Division, entre otros muchos. En realidad, la función de esta lista de canciones no es otra que la de ponerle banda sonora a buena parte de composiciones del libro.

Nada es convencional en Sombras cuarteadas de neón, empezando por el prólogo, a cargo de Meri Torras, que nos invita a aventurarnos por sus páginas. Hay en el volumen poemas con título, sin título, fragmentados, fragmentarios, traducidos al inglés... En la primera parte, "Sombras cuarteadas de neón", que consta de doce composiciones, la ausencia de luz inicial -"Toda la luz / es lo que falta // por donde pasas"- va dando paso, poco a poco, a las luces de la noche: "Las farolas dejándole paso / a la claridad real y la artificial / -el neón más alto y redentor- / matando penumbras, tomando edificios, / bancos, cuartos oscuros, / jugando a ser juez del nacimiento del mundo". Hacia el final de esta primera parte, aparecen dos de las mejores piezas del libro, la dedicada al poeta David González y la titulada Berghain Panorama Bar (Berlín Este), a la que pertenecen estos versos: "En la puerta del Infierno hay unas nike: / solo quien las calza desafió a la noche, / se hizo una capa con su velo / y se alió con Belcebú, aquella / rubia peligrosa y muy astuta".

La segunda parte, "Pagan Poetry", reúne nueve piezas, si bien la última está dividida, a su vez, en tres poemas. Casi todas las composiciones de esta parte ofrecen una afirmación del yo poético, que, al principio, se interroga acerca de su identidad: "¿Y si me empeño en algo / que no alcanzo a ser? / ¿Y si no soy poeta, / qué soy? / ¿Solo la reportera de voz rota? / ¿La que equivoca metas? / ¿La que no logra el deseo / sin demora?". Pronto llega la respuesta, en los versos finales de Sindicalista en la multi de la moda, "Nada es por nada, chata. / Todo, querida, tiene un precio. / El mío, creo, no es de tu talla", pero también en estos otros, de un poema posterior: "Espíritu inflamable ante quimeras: / soy la última amazona, urbanita / que perdió la única certeza".

Al final, las diez composiciones de la tercera parte, "Declaración de amor, números y principios", hacen honor a su título. Comienza con tres piezas breves, pequeños poemas amorosos que se basan en juegos de palabras: "Incluso aunque no lo quiera / y de punta a punta pueda doler (que duele) / a veces me da el punto / y me da por quererte en ese / preci(o)so instante". Ahora bien, me quedo, sin duda, con los dos últimos poemas de Sombras cuarteadas de neón, Mi etnia, una feroz -y merecida- crítica a Occidente, y unas Instrucciones de uso en las que invita al lector a intervenir sobre su obra: "completa..., escribe, toma notas, haz la lista de la compra en este espacio, escribe algo parecido a un poema malo, o uno bueno, haz un boceto, un dibujo. Déjalo en blanco. Ensúcialo". No se priven.



(A impulsos de tecla, sobre “Sombras cuarteadas de neón”, de Alicia García Núñez, editado en Cangrejo Pistolero Ediciones, Cuaderno Caníbal nº5. Ilustrado por David Gil con prólogo de Meri Torras)

Txus García

No lo hago nunca, porque soy muy de "mimar" los libros, pero en el caso de Alicia García Núñez he decidido mancillarlo sin dudar, repasando sus contornos de verso con mi flúor amarillo. Haciendo honor a sus neones, y casi sin reparar en ello, me ha quedado iluminado por dentro. Como un códex prohibido. Quizás es que no esperaba tanta intensidad, tanta flecha certera directa al jugo poético y a mis entrañas. Y ahora va y tengo un libro de neón -el neón más alto y redentor- que dice ella. Y un no-amor que compartir. 

Me he sorprendido agarrando enfebrecida una granada de mano (concorazón de neón, que decía el maestro Gurruchaga), exquisitamente montada desde la madurez y la distancia poética. Sin espita, claro, así que una debe arrojarla lejos, hacia los más adentros para dejar que estalle, vulnere o mutile algo de lo que nos queda de fe en el amor y en el futuro. Pero nos resistimos y consultamos esta suerte de tarot hipnagógico que es este poemario: La torre, El Diablo, El Ermitaño y El Mago están presentes, cartas enloquecidas, en cada uno de los versos, dónde se le pide a la "nigro-amante" –o a una misma, quién sabe-: “Dulce cretina mentirosa/que de tanto mentir/se hizo a sí misma lo que a otros, (...)/ sé tú misma y mátalos a todos/ de amor o de ternura,/(…)y después cuéntamelo, / si es que te tolero / a esas alturas.”


Me he leído este volumen muchas veces. Me lo he llevado a la cama, Cuaderno Caníbal nº5, unas gotas cada noche, remedando a Marilyn. Un Cuaderno Caníbal más caníbal que cualquier otro del Cangrejo, porque me ha devorado a mí y hasta las heces, y conmigo cualquier intento de reseña meditada, académica, milimetrada o racionalista. No puedo descuartizar al que me ha desollado con cariño previamente. Me dejaré llevar, entonces, por la marea de palabras, por las veces que he releído sus versos con pinchazos en el pecho, el sexo o el hipotálamo. Así que disculpen si esto es un desagradable batido de entrañas, ya intentaré dulcificar mi entusiasmo, no sea que me funda en el párrafo, de nuevo.


Mezclaré sus versos entre mis propias palabras. No daré pistas, no daré nada porque quiero que ustedes solitxs se sumerjan por completo en el neón y queden enceguecidos como yo, esperando a que amanezca de una vez y haya alguien que nos salve de “(…) la tristeza en sueños por capítulos”. Quizá por eso acabo de ingerir 25cl. de cerveza para continuar con esto, porque me veía incapaz de analizar de otro modo este magnífico poemario. Porque yo también le grito a la que me lee ahora: “¿Qué puedo hacer yo, si soy de letras/y nunca doy el primer paso?”

Porque, tímida, me aterroriza y atrae a partes iguales el encuentro directo con esta poesía de la sombra. O como dice mi bienamada Meri Torras en el prólogo del libro, el “cuerpo tiene memoria, cicatrices, textos”. Y a mí de repente, leyendo, me da un tirón, un calambrazo en mis cicatrices como si hiciera frío detrás de esa sombra cuarteada. Y tiemblo. Y el abrazo llega tarde. Pero llegó alguna vez, sí, y eso es lo que cuenta. Porque esa amada/amante que se confunden en la poeta mueren y matan de Stendhal y de pasión con “(…) esos frágiles / brazos tuyos que engañan”, “(…) tú y tus alas de apóstol negro, /ángel carcomido de belleza, / (…) te irás contoneando como una fulana, /irás levantando cabezas, y cortándolas/también”. Escalofrío y deseo de fundirse en el abismo, amar el peligro, dejarse cercenar y luego no tener lágrimas para contarlo a nadie.

Después del desastre, de la falta de luz, de la oscuridad del ángel negro o de la pista en el club atiborrado de cuerpos frenéticos, nos preguntamos: “¿Dónde escondo yo estas caricias rotas/ y la misma luz queriendo aparecer?”, dándonos cuenta de que “tenemos la medida exacta para matarnos/poco a poco, sin cuidado”. Quizá por eso, Alicia tiene (y tengo) ese amor suicida al dulce poeta/pirata David González, al que le susurra: “Me atrae lo que tienes que contar/y el filo de la navaja plateada/ahí/en tus ojos”, o la mención a Panero en su “Canción para una discoteca”, todo lleno de licántropos devoradores de sueños o corduras. 
Y es que en la música que nos pincha la autora, en su lista de canciones que acompañan magistralmente a los poemas, nos deja claro que “Es la electrónica un camino irreversible/y tras la muerte sólo hay loops”. Hay vacío y hay desolación tras los anuncios luminosos, las estroboscópicas luces, el deseo químico o brutal de la noche, en la vibración y el ritmo, donde “(…) el sol no mira por el cuerpo/cuando tan sólo quedan sombras/cuarteadas de neón.” Y la oscuridad nos invade. 

A esta poeta la he adorado en sus versos, quizás porque ella es un “Espíritu inflamable ante quimeras:/soy la última amazona, urbanita/que perdió la última certeza”. Y eso hay que adorarlo sin tregua en este gouffre sans fin que es la emoción de los que estamos vivos, de los que luchamos contra “toda clase de manos muertas”, que decía Ezra Pound.



Tiene la absoluta conciencia de haber errado bellamente en el amor, pero nos reclama que no temamos dejarnos arrastrar por el  “dulce vicio crecido entre las sombras, /dulce veneno que sabe a cola”. Nos obliga a que miremos hacia el rompeolas y que nos arrojemos en sus espumas negras; porque allí, en la roca afilada, nos espera la emoción, la sangre que fluye y la adrenalina de estar vivos, no-muertos sin sombra. Porque la amante sigue allí y hay que continuar, porque es a ella a quién confiesa que “siempre vuelves a doler, a buscar/lo que dejaste olvidado con o sin descuido”, y aún así sigue bailando sus loops en el infierno. O como exhorta en otro momento, de un modo que hasta a mi, flasher emocional y épatantserial, me ha resultado convulsiva e imposible de no obedecer hasta el dolor: “No te permitas caer en la tentación/de no agarrar lo que te asusta/con todos tus sentidos.”

Y ella es letalmente sincera, arrebatadoramente consciente de su paso por esta tierra sin luz (“una puta de Occidente” como todxs), y se pregunta, entre azorada y triste, desnuda ante el espejo: “¿Y si no soy poeta,/qué soy?/ (…) ¿la que yerra y prosigue/y se equivoca/ (…) ¿La que siempre dispara la pregunta/ cuando nunca hay respuesta ni pistola?”. No, estimada, es usted poeta de cabo a rabo, de principio a pie de verso, porque estas preguntas que se hace, que nos hace, que nos hacemos cada día al levantarnos de entre nuestras letras o lechos, nos hacen materia fecal, poética, mano de obra barata para el Olimpo poético y, al fin y al cabo, bardos y trovadores de verdad. De los que cantaban a sus llagas o relataban batallas imposibles. La batalla del no-amor, de la sombra no necesariamente oscura, del corazón que amará de nuevo a pesar de estar cosido, lleno de puntadas y parches. Por eso se vuelve a preguntar, ojiplática de su propia resilencia emocional, “De dónde estos tics absurdos de quererte a ratos? / ¿Adónde esta puta manía de atravesarme en ti?”

La autora, nuestra última amazona urbanita, entonces nos regala una última declaración de amor:

“Incluso aunque no lo quiera
y de punta a punta pueda doler (que duele)
a veces me da el punto
y me da por quererte  en ese
preci(o)so instante.”

Y por su timidez tras semejante desnudo integral, vacío, luz en sombras, declara:

“Entre tanto, mientras espero el beso,
te intentaré tocar el alma con los ojos.
¿Quién sabe, tal vez acierte esta vez?”

He disfrutado de un modo animal, certero y sucio, con deseo de más, de este nuevo poemario de Alicia García Núñez. Si con su primer volumen “La historia sin nosotras” ya logró seducirme su manera de escribir, de encontrar lugares comunes y referentes viscerales, con el paso adelante en la madurez poética y personal de “Sombras cuarteadas de neón” me ha rendido totalmente a sus antojos literarios. Y quiero más. Porque faltan voces de amazona, con un yo poético “osado, temerario, abierto, vulnerable y a través del cuerpo”, que dice Meri Torras también en el prólogo. Una luz de neón que alumbre, de nuevo, el panorama de la poesía contemporánea, tan oscuro o con luces demasiado cegadoras. Y, claro, “Hasta aquí llegamos” y nos repetimos, como un mantra:

“Calma, no es una broma
Si nos vivimos
(o)
Esto de vivirnos.”


Txus García

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Javier Gato
Anuncio a los lectores que esta es la primera colaboración que recibimos con mucho placer en las Hojas del Trébol. Su autorJavier Gato, sevillano, filólogo y crítico literario en Sevilla Actualidad y en Mamajuana sobre el poemario Sombras cuarteadas de neón de Alicia García Núñez.

Alicia García Núñez no duda al responder con rotundidad a la pregunta esencial: la poesía es conocimientoSombras cuarteadas de neón (Sevilla, Cangrejo Pistolero, 2012) es un libro en el que la autora se plantea el objetivo de desmenuzar la realidad y a sí misma hasta llegar a la raíz de esa verdad íntima de las cosas que sólo el ejercicio poético puede parcialmente desvelar. El poema, así pues, no es un “resultado” sino un proceso que no culmina en sí mismo (“yo para terminar empiezo”, afirma la autora al cerrar el poemario), una puerta abierta hacia la vida, que inevitablemente se tiñe de razón poética.
Sombras cuarteadas de neón es, ante todo, un libro en torno al amor: en la poética de Alicia García Núñez se observa la firme convicción de que el autoconocimiento requiere previamente el encuentro con el Otro. La experiencia con la alteridad, traumática y descrita en términos cercanos a la fascinación decadentista por las mujeres devoradoras (cuando no a determinados motivos del amor cortés), provoca una sensación de vacío, una angustia, una náusea que aproxima a la poeta a la cuestión fundamental de la propia identidad: “qué quiero ser realmente, / qué soy. // Qué quiero ser mañana”. Esa alusión al futuro, al mañana, demuestra la potencialidad que tiene el poema de proyectarse más allá de sí mismo, hacia la propia vida.
El libro se abre con una invocación, por parte de la poeta, de la luz, la cual ha sido desterrada de su universo a causa de la sombra que proyecta el cuerpo del objeto del deseo. La atmósfera conjurada es la de un tenebroso valle de lágrimas en el que todo da indicios de inestabilidad y fragilidad; contribuye poderosamente a este efecto la aliteración de oclusivas sordas y vibrantes, que evocan onomatopéyicamente el sonido de algo que se rompe. La mujer a la que se dirige la poeta se caracteriza básicamente por su mendacidad y su cruel hermosura: pese a que su belleza la diviniza en un sentido platónico al ser identificada con una semidiosa, con un apóstol (un “enviado” en el sentido etimológico del término) o con un ángel (tópico de la donna angelicata consagrado por Petrarca), no deja de ser “apóstol negro”, “ángel carcomido de belleza”, una castradora que va “levantando cabezas, y cortándolas / también” y, por metonimia, un hambre que se autodevora, dando como resultado una intensa imagen de metahambre, de vacío de los vacíos.
Llama la atención que esta belle dame sans merci sea integrada en la alegoría de una “empresa de amor”, en la cual se erige en tirana y usurera de los afectos. Considero muy acertada y aguda la actualización que Alicia García Núñez realiza aquí del tópico cortés del vasallaje de amor: totalmente inmersos como estamos en un mercado tardocapitalista, la “alta y soberana señora” feudal a la que todavía se dirigía anacrónicamente don Quijote ha cedido el paso a una fatal ejecutiva de multinacional (novísima versión de la “cárcel de amor” de Diego de San Pedro) que reduce a la poeta a mera “trabajadora incansable y eficiente”, “servicio añadido sin beneficio alguno”, “pequeña empresa / adquirida sin notificar”.
La mujer y el deseo que personifica se vincula con la noche, coordenada temporal ligada desde el Romanticismo al inconsciente, a la verdad más íntima y oculta y a la propia poesía y desde los orígenes de la humanidad al eterno femenino. La noche es el momento sagrado en que puede darse el amor entre mujeres, opuesta a la luz, al sol, al día, que simbolizan al heteropatriarcado. Sólo en las sombras la poeta logra, si bien dolorosamente, realizarse y descubrir quien es; la luz del sol, por el contrario, aparece “quebrando”, “minando”, rompiéndolo todo con la violencia del falo, convertido en una imagen amenazadora tal y como los petrarquistas lo utilizaron (si bien con otro sentido) al recrear los mitos de Ícaro y de Faetón en sus poemas. Se produce una inversión simbólica plenamente romántica: si como dice Pizarnik “tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte”,el yo lírico renuncia al universo diurno y opta por el brillo de las farolas que se encienden con el crepúsculo, por “el neón más alto y redentor” que juega “a ser juez del nacimiento del mundo”. La noche y sus misterios, por tanto, como una alternativa para la redención por medio de la búsqueda del conocimiento, como punto de partida desde el cual dar a luz un nuevo mundo gracias a los poderes demiúrgicos del poeta.
García Núñez acomete el tema de la noche en las tres partes de que consta el poema “Berghain Panorama Bar (Berlín Este)”. La composición es concebida (siguiendo en esta peculiar línea de regusto stilnovista) como una glosa de un poema anterior, la “Canción para una discoteca” de Leopoldo María Panero: la técnica de la glosa o creación de un poema por medio de la paráfrasis de una pieza poética anterior, se halla ampliamente representada en toda la lírica de cancionero. El poema actualiza, vivifica el tema de la abulia y la pulsión autoaniquiladora propia de las criaturas noctámbulas del texto de Panero, al sustituir el “rock and roll” por “la música electrónica y los beats”. El sentido final del poema, en su conjunto, parece ser que, aunque la música haya cambiado, el spleen y el deseo de anularse en medio del frenesí para acallar la insatisfacción siguen siendo los mismos que hace décadas; la juventud continúa plenamente desencantada y, como se contempla en el poema anterior (un auto-memento mori), la supuesta prisa y agitación del yo que corre se deben tan sólo a las “anfetas líquidas” o a la “hierba”: el interior es un yermo sobre el que cae inexorablemente el tiempo, diluyendo toda vanitas. El yo corre perseguido por el tiempo que va tras él, volviendo la espalda a su propia temporalidad y mortalidad; precisamente, Tertuliano en su Apologeticus pro Christianis atestigua que la frase empleada para recibir a los militares romanos victoriosos era “¡Mira tras de ti! ¡Recuerda que eres un hombre!”.
Si en el poema de Panero el yo lírico asume como propias las manos que sostienen la calavera, en nuestro texto la poeta se desdobla en otro ente nombrado mediante una perífrasis epitética: “el del centro de la pista”. Efectivamente, solamente en el núcleo de la pista puede hallarse la calavera, pues es allí donde se localiza el vórtice de energía que genera el ritual de pasión y muerte de una noche de discoteca:

… seguir el sueño tras la pista
y los números de baile espasmódico
y casi ritual.

Con Leopoldo María Panero el espacio de la discoteca entra en la poesía española, pero la aplicación de ciertos principios de la antropología de lo sagrado a la descripción de una noche de fiesta es una técnica que se inicia con los cuatro himnos del Diario de un gato nocturno de Javier Gato. El procedimiento, quizá no llevado muy felizmente a cabo por el autor, hizo fortuna y un año después Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez publicaron Exhumación, una novela corta en la que se desarrollan motivos como la concepción de la discoteca como una ceremonia camino al éxtasis, la transfiguración del disc-jockey en un ser ultramundano y la interpretación mítica, sobrenatural, expresionista de todo lo que ocurre en la pista de baile. La discoteca, entendida como aquellarre o “Infierno”, “guaridas de neón”, donde danzan los condenados (“el sol no mira por el cuerpo”) que “han perdido la noción del día” y comulgan sacrílegamente con drogas en torno a un subversivo y poderoso Demiurgo, es un modo de actualizar la danza macabra medieval y el satanismo romántico que se empieza a intentar en el Diario de un gato nocturno. La mezcla y confusión de personajes verosímiles, arquetípicos y mágicos que se da en la pista de Rostro Expresivo de Exhumación es otro elemento presente en el poema, en el que las zapatillas nike que han de usarse a la manera del dios Hermes y la presencia de Belcebú crean la atmósfera de una fábula mitológica.
El sueño, mencionado dos veces, adopta diafóricamente dos sentidos diferentes: el “sueño” que se sigue “tras la pista” alude a la experiencia onírica y extática de la danza e intoxicación rituales, mientras que el “sueño” que abandonan los “noctámbulos sedientos” se refiere al propio acto de dormir, rechazado con rebeldía por los avernales “suicidas” que, en último desafío a la mañana y a todo lo que representa, “siguen pernoctando […] a plena luz del día”. La interpretación alegórica del mundo como una discoteca y las reflexiones derivadas del proceso tienen un origen remoto en la idea calderoniana del mundo como teatro y uno, mucho más cercano, en el mencionado Diario; este libro y nuestro poema nos presentan la existencia y el destino humanos entretejidos con música electrónica, una nueva “música de las esferas” que crea demiúrgicamente un universo propio regido por un tiempo ilógico (“desde nunca ya”) o, mejor aún, circular tal y como corresponde al pensamiento mítico (“y tras la muerte solo hay loops”). Desterrada del día, la poeta debe engendrar nuevamente el mundo y en especial su relación con la alteridad: “inventar el beso” y tejer la “no-canción” que cubre el abismo que la separa, satánicamente, de la desdeñosa donna angelicata. El ejemplo a seguir por la autora será David González, quien se ha asomado al abismo como ella y ha salido victorioso; en otro poema del libro realiza una semblanza del poeta asturiano, en cuyos ojos brilla la luz del “neón redentor” que ilumina los misterios celebrados en la noche.
Por último, la reflexión metapoética es en Sombras cuarteadas de neón un tema no menos importante. La poeta se define como “cámara subjetiva” (y subjetivista, añadiría) al decir en una suerte de ars poetica, dilógicamente, “estoy rodando por las escaleras”: la poesía es concebida por Alicia García Núñez desde la mirada, pero también desde el sentimiento de caída y pérdida del paraíso perdido. La elaboración del poema es descrita de forma muy moderna como el montaje de un vídeo, y el yo apuesta por la imaginística visionaria al aconsejar fragmentar las “realidades / en unidades / de imagen / un tanto absurdas”. El poema para nuestra autora ha de ser una lucha encarnizada contra los propios miedos hasta su total dominio, aunque las imágenes rodadas reflejen “un músculo / escupiendo sangre tierra en derredor / por las escaleras”, imágenes de “mi dolor quebrado”. Otra metáfora de la creación poética, de clara raigambre clásica, es la del tejido: el yo lírico es una nueva Penélope que, mientras espera eternamente, teje y desteje (“rompiendo cuerdas, redes”; “creando hileras”) el poema que Ulises quizá nunca llegará a leer porque no retornará. El poema ansiado ha de ser “fácil, / subrepticio”: oculto, íntimo, opuesto al sentimentalismo vociferante y al realismo sórdido que, no obstante, ella “graba” con su “cámara”.
Si anteriormente se ha comentado el conflicto que genera el amor, resulta igualmente importante en el libro aquel otro causado por la propia poesía. Ya Friedrich Schlegel había definido la esencia de la poesía romántica como perpetua insatisfacción, al decir que consiste “en no poder alcanzar jamás la perfección”; las mismas cuestiones se plantea la autora cuando se pregunta: “¿Y si me empeño en algo / que no alcanzo ser? / ¿Y si no soy poeta, / qué soy? […] ¿La que no logra el deseo / sin demora?”. Alicia no se conforma con ser “la reportera de voz rota”, la que rueda imágenes dolientes. Se exige una dedicación plena al oficio de alcanzar el ideal de belleza porque éste es el único que puede configurar su identidad y redimirla, salvarla del paso del tiempo, convertirla en algo más que alguien que “se fuma las horas”, “amontona relojes”, aun a riesgo de que sea un sempiterno interrogatorio sin soluciones ni palabras capaces siquiera de enunciar la duda (“¿La que siempre dispara la pregunta / cuando nunca hay respuesta ni pistola?”). La palabra podrá arrojar momentáneamente luz y conocimiento que caven la “fosa” del misterio, pero esto “no durará, lo sé”: al final del túnel se halla el “miedo que soporta lo inefable”.
Ambos conflictos, el sentimental y el lingüístico, se mezclan y confunden. La impaciente Penélope se pregunta: “¿Adónde estos versos?, ¿a quién, por donde / entran, caben, se esconden y revuelven?”, versos que recuerdan inmediatamente a la Rima XXXVIII de Bécquer (“Los suspiros son aire…”). Se pregunta el motivo de su tejido poético y de su espera amorosa frente al telar, que ahora es “teclado impertinente” del cual lo que se arranca “no es precisamente música”; la imagen del teclado disfuncional como símbolo de la imposibilidad del lenguaje y de la mente humanos para plasmar la Belleza, el Ideal, en un poema se relaciona fácilmente con “El falso teclado” de Blanca Varela, que no puede producir sino (y no es poco) silencios. Con la misma autora, y en concreto con su poema “Conversación con Simone Weil”, debe relacionarse el último poema del libro: “Mi etnia”. En el citado poema, Blanca Varela establecía un contraste, idéntico al de “Un hombre pasa con un pan al hombro” de César Vallejo, entre los frívolos problemas metaliterarios y los auténticos problemas que causan las injusticias sociales, con los cuales quiso identificarse tanto la filósofa Simone Weil que terminó dejándose morir de hambre. “Mi etnia”, a modo de palinodia, recoge las disculpas dadas por la poeta al lector por haber llenado tantas páginas con peripecias amorosas tachadas de “ridículos problemas de Occidente”, de lo que se infiere que los problemas reales están pasando fuera de la burbuja del bienestar occidental. Estupidez cultural que se une (nótese la captatio benevolentiae que remata el libro) a la “ingenua sandez universal” de los ojos con los que ve el mundo y trata de “rodar” poemas.
Reseña publicada en www.lashojasdeltrebol.com
Fotografía de Alicia: Vanessa Magín.

Javier Gato

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La historia sin nosotras

POR DAVID GONZÁLEZ.- Alicia García Núñez entra por la puerta grande de la plaza de la poesía española contemporánea con este libro escrito a la temprana edad de veintidós años y en el que, como bien apunta Ana María Drack en el texto de la contracubierta, se explora a sí misma y al mundo que la rodea… A esa edad, sin embargo, la autora cuenta ya con un amplio y selecto bagaje cultural que se advierte en las citas que encabezan alguno de los poemas y que ella mediante un proceso de intertextualización hace suyas: Pedro Salinas, Carilda Oliver Labra, Luis Cernuda, Antonio Gamoneda, Miguel Hernández y Leopoldo María Panero… Este relevante poemario nace, como toda alta literatura que se precie, de una pérdida, la pérdida del amor: Perderte es así el verbo conjugado/que encierra todo el significado… y con esta pérdida, otra: la pérdida de la inocencia: ¿Ahora quién me ayuda/a volver a confiar/en el género humano,/en la mujer y sus argucias?… Alicia, la mujer, necesita procesar toda la información que estas pérdidas le provocan y es así, precisamente, como toma conciencia de su nueva condición, la de poeta, y de lo que esto supone: Poeta aunque la letra pese/y haya que llevarla a cuestas… Pero es esta recién adquirida condición de poeta lo que la lleva a mirar a su alrededor y escribir poemas de esos que sientan cátedra, como el que le inspira su propia madre: Es de esas que te quiere y no sabes por qué… o este otro, con claros tintes sociales: ¿Adónde van los descontentos/con este primer mundo que arrastramos?/¿Por qué no hay un cero al que emigrar?… Alicia García Núñez, decía al principio, ha entrado por la puerta grande de la plaza de la poesía española contemporánea con la sana intención de quedarse, esa puerta por la que sólo entran y salen l@s verdader@s poetas, l@s que se juegan la vida en cada verso, así que si estás leyendo estas líneas sólo me queda esto por añadir: Abre este poemario: va por ti.

David González, poeta.
Marzo 2011.
Fotografía de David: Alejandro Tévar

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La historia sin nosotras

POR RICARDO HERNANDO.- «He aprendido cayéndome, subiendo cuestas / que parecían no tener fin ni principio. / He aprendido a sablazos en el costado. // No quiero apuestas ni cuentas, / que luego salen caras, / y ya no quiero huir». Estos versos de Alicia García Núñez (1981) condensan las intenciones de su primer poemario en solitario, La historia sin nosotras, en el que la joven poeta ilicitana presenta un proceso de maduración, una exploración de la identidad y la búsqueda de una voz propia en un entorno hostil, así como una aceptación de la pérdida y el desamor. 

La poeta describe la sensación de extrañamiento de seres mágicos (hadas, sirenas) en un mundo materialista que aniquila los ideales («Me puse metas tal vez etéreas para volar. / Y lo malo, a lo peor, de todo esto / es que NO me puse tetas / en vez de metas / que alcanzar»). Un extrañamiento que se traduce en noches de búsuqeda, de confusión y de caos, como en el poema “Tubos de neón”, en el que la iluminación artificial intenta paliar la ausencia de una luz interior, una alienación electrónica en la que la voz poética se pierde en noches de exceso y hedonismo. 
La pérdida que describe García Núñez en los primeros poemas del libro no es tanto la del ser amado como la de la voz poética misma («Quiero cerrar la boca hasta que reviente de silencio, / de frases congruentes, carentes de mistero. / Silente, callada, muerta, / un poco más cada mañana. / Medio despierta, medio dormida, / medio muerta, medio viva»). Esa búsqueda de una voz propia está sembrada de dudas en versos que recuerdan la poética del silencio de la escritora argentina Alejandra Pizarnik, como en “Ars Poética-Amatoria”, en el que escribe: «El verso siempre quema entre los dedos, / el miedo asalta al proyecto de escritor. // Teme que el sentimiento / no pueda ser agarrado y llevado / hasta la superficie consciente». La escritura, como el amor, se convierte en un campo de batalla, un juego de vencedores y vencidos en el que la poeta sale triunfante al recuperar su voz por encima de los silencios amenazantes («Vas a ser el único blanco de mis palabras. / Tú, que me miras y me sientas en esta butaca. / Yo, que debería ser la activa en toda la trama»). El silencio de las amantes («Pesáis, conversaciones / que nunca mantuvimos») se convierte no sólo en el enemigo del amor, sino de la poeta, un enemigo que sólo es derrotado con la aceptación del final de la batalla: «Me niego a seguir varada / en la misma playa. / Como mi sirena de mil escamas / que rompe fácilmente todos mis cuentos». Finalmente, la poeta acepta que para recuperar su voz tiene que asumir la necesidad de adaptación como parte del doloroso proceso de maduración: «Es justo y de cumplimiento obligado que me haga mayor / como todos adultos de mis años // y me intoxique de una vez de esto que es la vida mísera y diaria». 
De este modo, La historia sin nosotras se convierte en un agridulce recorrido por los diferentes estratos del desamor, desde la soledad («Si supieras lo sola que me dejas / frente al mundo de colores / que había pintado para nuestras noches tristes») hasta el resentimiento («Te odio por el mismo poso / que dejas de mí en ti»), así como en una espléndida carta de presentación de una joven poeta a la que conviene no perder la pista. 
Fotografía de Alicia: Benya Acame

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Fotografía y poesía

Riesgo e innovación






POR JOAQUÍN JUAN PENALVA- Con el sugerente título de "La historia sin nosotras", Alicia García Núñez (Elche, 1981) ha reunido lo mejor de su poesía escrita en los últimos tiempos, desde que* cuando tenía veintidós años. Se trata, por tanto, de una opera prima en solitario que, a un mismo tiempo, le va a servir como carta de presentación y como antología de sus mejores logros líricos. Licenciada en Ciencias de la Información-Periodismo, Alicia es conocida por su trabajo en diversos medios de comunicación (radio, televisión y prensa), y, desde 2008, trabaja como gestora cultural del Institut Municipal de Cultura d'Elx. Desarrolla fundamentalmente su labor en el Centro de Cultura Contemporánea L'Escorxador, que, en apenas unos años de andadura, ya se ha convertido en un referente del arte más vanguardista e innovador, y también en la Sala Cultural la Llotja. Ha sido la impulsora del festival de poesía Nosomostanraros, que ha cumplido ya su tercera edición. Además, Alicia ha publicado en distintos volúmenes colectivos, así como en blogs, revistas literarias y en el Fanzine Fetiche. Con La historia sin nosotras inaugura la colección de poesía de Ediciones Tabala.


En "La historia sin nosotras", Alicia lanza una propuesta arriesgada e innovadora, ya que, basándose en una dicción clara y directa, la autora no renuncia a las imágenes más sorprendentes ni a las asociaciones más inesperadas. Todo el libro, en realidad, se articula en torno a un principio motor, el de la propia identidad, que es una búsqueda constante en las distintas piezas. Frente al yo de la autora se levanta un tú inesperado y esquivo, acaso perdido en la propia biografía. Ana María Drack, en la contra del volumen, da algunas de las claves de lectura: "Alicia se explora a sí misma y al mundo que la rodea, se acepta con la misma facilidad que se destruye y lo destruye [...]. El misticismo erótico y el escepticismo se debaten entre el deseo de no abandono, el rostro difuminado del amor, la cerveza de barril, las nihilistas de barra y la concesión o no de una nueva oportunidad".


Este primer poemario de Alicia tiene un diseño arriesgado, y no sólo por el negro sobre rosa de sus páginas, sino por las magníficas fotografías de Bubalú, nombre artístico de la joven fotógrafa eldense Adriana Erades. Media docena de imágenes en blanco y negro acompañan a las composiciones, agrupadas en dos series. La primera, titulada Cortar el hilo, consta de diecisiete piezas -tres de ellas, trípticos-. "Voy a inventarme un infierno / y te voy a dejar dentro", afirma en una de ellas, pero pronto intenta reconciliarse con ese tú: "Si supieras lo sola que me dejas / frente al mundo de colores / que había pintado para nuestras noches tristes". En otro momento, hacia el final de esta primera parte, convoca al personaje de la madre en un retrato sobrecogedor: "Y mi madre peca de ese mal común / que afecta a las madres comunes / tanto como a algún hada coetánea: / sigue llevando indemne a su gente, / a sus pesados cuarenta pasados dolientes, / y su casa como una hormiguita guerrera".


La segunda parte, que se titula "Vidas comunes de hadas coetáneas", reúne quince poemas, repartidos en tres series. Lo más llamativo es que el orden de las series es intercambiable, tal como propone la autora en una nota; hay dos opciones de lectura, leer el libro tal como está impreso o empezar la segunda parte por la página 68 y después regresar a la 63. Si optamos por la lectura lineal, sin saltos, encontraremos un final mucho más abierto y esperanzador. "Me llené, me llené de ti. Me vacié de ti. / Me abandoné a la rabia / de verme vacía. / Me descosí las alas que llevaba detrás", afirma en una de las composiciones la autora, que luego se refiere a ese mismo tú en estos términos: "No quiero copias perfectas de tu esencia. / Me basta con saber que existes / y después te irás, retenida en mi retina, / enseña nítida y corrosiva. / Me basta con decir, saber: "desaparecerás"".


"La historia sin nosotras" alcanza uno de sus momentos más brillantes en uno de los últimos poemas, "Poeta, texto programático y declaración de principios que, sin duda, la autora seguirá aplicando en sus próximas creaciones: "Poeta por principio. / Poeta en un siglo fusilado / de poetas. / Poeta en el siglo de las luces / de los centros comerciales, / de las grandes tiendas. / Poeta aunque la letra pese / y haya que llevarla a cuestas".

*corrección de la autora.

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